La paradoja de Valdecañas: La normativa ambiental contra la mejora del ambiente

Tribuna Abierta

Julián Mora Aliseda

(Catedrático de Geografía y Ordenación del Territorio)

05 de noviembre de 2025 a las 19:59h
Actualizado: 05 de noviembre de 2025 a las 19:59h

La declaración de la ZEPA “Embalse de Valdecañas” se gestó a comienzos del presente siglo, en el marco de la expansión de la Red Natura 2000. Sin embargo, el proceso adoleció de tres carencias fundamentales: ausencia de justificación científica, aprobación por los órganos competentes y falta de coherencia territorial. 

El convenio entre la Junta de Extremadura y la UEX, que debía identificar espacios de alto valor ecológico, incorporó mecánicamente los grandes embalses como “humedales de importancia internacional”. Esta decisión obvió un hecho elemental: un embalse es una lámina de agua artificial, resultado de la construcción de presas y del anegamiento de valles agrícolas, no un ecosistema natural. 

La denominada “Isla de Valdecañas” (en realidad, una península residual elevada sobre la cota 315 m s.n.m.) nunca albergó hábitats de interés comunitario, ni especies incluidas en los anexos de las Directivas de Aves o Hábitats. Antes del llenado del embalse, este lugar era un secarral agrícola con pastos y barbechos; tras la inundación, fue reforestado con Eucalyptus camaldulensis (especie exótica e invasora) para un fallido proyecto fabril de celulosa en Navalmoral de la Mata. 

Por tanto, la zona fue siempre un espacio alterado, carente de valor ecológico intrínseco y de escasa capacidad regenerativa natural. Declararlo ZEPA constituyó un ejemplo de lo que algunos autores califican como “proteccionismo cartográfico” (trazados con rotulador de punta gruesa): áreas incluidas en la red por criterios administrativos o simbólicos, no científicos, pues no se siguieron los criterios de singularidad, rareza, excepcionalidad y vulnerabilidad. 

De la conservación abstracta al territorio vivido 

La protección ambiental requiere conocimiento del territorio y participación social. En el caso de Valdecañas, ni los municipios afectados ni los propietarios de suelo fueron consultados, generando una profunda desafección local hacia las políticas ambientales. 

Los resultados fueron paradójicos: se protegió un espacio artificial y se ignoraron enclaves limítrofes con valor ecológico y representativos del monte mediterráneo. 

A nivel jurídico, la falta de declaración formal de 55 ZEPAs en Extremadura (subsanada en marzo 2023 por el anterior gobierno autonómico, con la aprobación de la Ley 2/2023, por la que se regulan determinados aspectos de la Red ecológica europea Natura 2000 en Extremadura), confirmó la inseguridad normativa del proceso, dado que el envío de la declaración a Bruselas en 2006 no se tramitó debidamente. Es decir, durante más de veinte años se asumió erróneamente la existencia de figuras legales sin aprobación por el órgano competente. Sobre esta última normativa aún no se ha pronunciado el TC que mandata la demolición del complejo, sin haber verificado los cambios positivos tan sustanciales operados en la zona protegida y su entorno. 

Las transformaciones ambientales y socioeconómicas 

Paradójicamente, la construcción del complejo turístico Marina Isla de Valdecañas ha supuesto la mayor mejora ambiental y paisajística de la península desde la creación del embalse. 

El proyecto sustituyó el eucaliptal degradado por una cubierta vegetal autóctona de encinas, pinos y matorral mediterráneo, generando zonas verdes con alta productividad ecológica y capacidad de fijación de carbono. A ello se añade la mejora del suelo, antes acidificado y pobre en nutrientes por el monocultivo forestal previo. 

Los estudios de la Universidad de Extremadura (Mora Aliseda et al., 2014; Mora, Cáceres y Garrido, 2021; Mora, Garrido y Mora Rodríguez, 2025) confirman una reversión en los usos del suelo, con aumento de matorrales y repoblaciones naturales en los 14 municipios de la ZEPA. El complejo actuó como catalizador socioeconómico, atrayendo inversión, empleo y servicios en una comarca de fuerte despoblación rural donde los municipios afectados y su entorno experimentaron un cambio positivo en sus tendencias demográficas, acontecimiento extraordinario no sólo en el mundo rural extremeño sino en el interior peninsular al haberse fijado e incrementado su población. 

Desde el punto de vista paisajístico, el espacio pasó de “eucaliptal improductivo” a un jardín humanizado, con vegetación de transición y zonas de biodiversidad controlada. La comparación con otros embalses extremeños (Orellana, Gabriel y Galán, Borbollón) revela que Valdecañas presenta hoy las mayores densidades de aves acuáticas y grullas (Grus grus), con incrementos superiores al 150% desde 2007. 

La evidencia ecológica: más biodiversidad, menos abandono 

Los datos ornitológicos refutan el discurso de degradación ambiental. Desde la ejecución del proyecto turístico: 

-El número de grullas invernantes se ha triplicado, alcanzando 13.000 ejemplares, acogiendo un 11% del total del censo regional. 

-Las poblaciones de ánsares (Anser anser) se multiplicaron por 15, situando a Valdecañas como el segundo enclave más importante del oeste peninsular. 

-Han colonizado la zona 19 nuevas especies ausentes con anterioridad, al reducirse el eucaliptal y el aparecimiento de nueva masas arbóreas y zonas ajardinadas. 

-Aumentaron su presencia en la zona próxima al embalse, desde la construcción de la urbanización, las parejas de águila real (Aquila chrysaetos) y águila imperial (Aquila adalberti), especies amenazadas. 

-Incluso se han detectado parejas reproductoras de lince ibérico (Lynx pardinus), especie en peligro de extinción, establecidas en la franja de monte bajo que rodea esta península. 

Estas mejoras ecológicas derivan no sólo de la regeneración vegetal, sino también del mantenimiento humano activo: control de accesos, vigilancia de incendios, gestión de residuos y jardinería ecológica. En otras palabras, la presencia humana ordenada se ha erigido en un factor de conservación y mejora respecto a la situación de partida. 

Una protección sin fundamento comparativo 

El contraste internacional es evidente. Ningún país europeo ha incluido embalses artificiales como ZEPA por sistema. Portugal, con idéntica fisiografía, no ha seguido esa vía. Tampoco Francia o Italia. España, y especialmente Extremadura, han incurrido en una hiperprotección formal, que a menudo penaliza el desarrollo rural sin aportar beneficios ecológicos tangibles. De hecho, los dos únicos municipios de la “España vaciada”, menores de 1.000 habitantes que más crecieron entre 2006 y 2011 fueron El Gordo y Berrocalejo, a los que pertenece administrativamente la península donde se instala del resort turístico. Es un logro sin precedentes contra la despoblación y el reto demográfico. 

El caso Valdecañas simboliza los excesos de una política ambiental que confunde conservación con inmovilismo. La supuesta “isla”, cuya denominación ha sido también causante de este dislate científico con repercusiones jurídicas nunca fue tal ni tuvo valor ecológico. Su incorporación a la red obedeció a criterios genéricos, como la presencia potencial de aves, si bien nunca tuvo tantas especies ni número de ejemplares como ahora. 

Las lecciones del territorio 

El paisaje actual de Valdecañas representa una síntesis de la interacción entre naturaleza y sociedad. Es un paisaje cultural reconstruido, no un ecosistema prístino, y precisamente por ello es más representativo del medio rural español contemporáneo: artificial, multifuncional y gestionado. 

La intervención urbanística integrada en el paisaje, aunque polémica, ha creado un sistema de ecología mixta donde conviven usos turísticos, forestales y recreativos con hábitats semi-naturales. Lo que demuestra que los impactos son reversibles, mientras que los beneficios ecológicos y sociales son permanentes. 

La alternativa —demoler y devolver el terreno a su supuesto estado original— sería una “ficción ecológica”. Ni los suelos ni la flora autóctona pueden regenerarse tras medio siglo de alteraciones humanas, como demuestran los estudios sobre alelopatía de eucaliptos y erosión batimétrica, ni sería conveniente volver al espacio forestal de eucaliptus (especie invasora). En cambio, la revegetación inducida y el control del uso público ofrecen una vía de sostenibilidad pragmática. 

Conclusión: hacia una planificación ambiental inteligente 

El error no fue intentar proteger la naturaleza, sino hacerlo sin conocerla. La ZEPA del Embalse de Valdecañas nació de un idealismo ambiental desconectado de la realidad territorial y social. La ciencia y la planificación deben servir para armonizar conservación y desarrollo, no para congelar paisajes degradados bajo un halo jurídico. 

Hoy, los datos demuestran que el entorno ha mejorado notoriamente en biodiversidad, paisaje y calidad ecológica gracias a la intervención humana ordenada. Es hora de superar la dicotomía entre “protección” y “ocupación”, y avanzar hacia un modelo de gestión integrada del territorio, donde la naturaleza y la economía sean aliadas. 

Desde el inicio del proceso científico que clasificó como “isla” al promontorio “cerro del Burro” (denominación original), mostré mi estupor (dado el impacto que iba a tener en la normativa ambiental, territorial y urbanística, como se ha evidenciado posteriormente) porque sensu stricto nunca lo fue, puesto que geográficamente la definición de isla se corresponde con una superficie terrestre rodeada de agua por todas partes de forma constante y no ocasional. Pero los ecologistas, "científicos", políticos y promotores se empeñaron en llamar isla a este montículo de 135 ha de extensión que sólo estaba inaccesible cuando el embalse alcanzaba niveles próximos a su llenado (cosa que ni ocurre todos los años ni en todas las estaciones). Según la definición geográfica comúnmente aceptada, una isla es una porción de tierra firme completamente rodeada de agua de forma natural y permanente. La Real Academia Española y otras fuentes, como organismos cartográficos nacionales establecen que, para ser considerada isla, la superficie debe carecer de conexión terrestre en todo momento (no sólo eventualmente), salvo mediante estructuras artificiales (puentes, embarcaciones, etc.).  

Consiguientemente, el mencionado cerro del Burro, no puede ser considerado una isla desde un punto de vista geográfico ni legal, ya que: a) No está rodeado de agua de forma permanente. b) El aislamiento eventual (cuando el embalse superaba ocasionalmente ¾ partes de su capacidad) dependía de un nivel artificial y variable (con curvas batimétricas que configuran el paisaje del agua represada. c) Dispone de conexión terrestre constante, desde mucho antes de su declaración oficial válida (Ley 2/2023 por la que se regulan determinados aspectos de la Red ecológica europea Natura 2000 en la Comunidad Autónoma de Extremadura). Y más aún, con las modificaciones cartográficas detalladas (contempladas por la Comisión Europea) no se ha tocado nada (Mapa adjunto) de la superficie protegida desde sus inicios (2003) que afectan a la lámina artificial y oscilante de agua (cota 315 m.s.n.m). 

Además de lo argumentado la península de marras, donde se ubica el complejo turístico, simboliza un cambio de paradigma: de la naturaleza intocable a la naturaleza gestionada. Lejos de ser un espacio sacrificado, Valdecañas muestra cómo la acción humana puede restaurar ecosistemas, reactivar economías y corregir errores de planificación ambiental por desconocimientos de las dinámicas territoriales y procesos naturales. 

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Julián Mora Aliseda
Julián Mora Aliseda

Catedrático de Geografía y Ordenación del Territorio

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