Johan Cruyff fue lo que fue: un gran jugador de fútbol y buen entrenador del Ajax de Ámsterdam y el Barca. Fue, también, un ideólogo del balompié, un estratega, que contribuyó, a un estilo de juego concreto, unas normas y tácticas conocidas como “fútbol total”. El fútbol total es un invento holandés que perfeccionó Rinus Michels considerado como el mejor técnico en la historia del fútbol y que consiste, según Michels, en “acosar sin tregua ni respiro al adversario para recuperar la posesión del balón, y no ceder a ningún precio la iniciativa del ataque al contrincante, contando con dos requisitos: un espíritu de lucha inquebrantable y una perfecta preparación física, sin los cuales el sistema se derrumba”. En este sistema cualquiera podía ser defensa, centrocampista o delantero, pues el hueco que uno dejaba lo suplía el compañero.
Johan Cruyff afirmaba que, estadísticamente, está comprobado que los jugadores no tienen la pelota más de 3 minutos en promedio durante un partido. Tres minutos de noventa. Por lo tanto, decía el holandés, lo importante es lo que haces durante los 87 minutos que no tienes el balón, eso es lo que hace que seas un buen jugador o no. Ese estilo, esa decisión para ocupar los espacios, atacar por las bandas, presionar a los rivales, defender los balones, sin balón.
En nuestra vida cristiana son pocos los minutos en los que estamos, estadísticamente, dirigiéndonos a Dios. De las 24 horas del día poquito es el tiempo que pasamos directamente rezando: puede que vayamos a Misa, a la 1 a la Soledad, por ejemplo, hagamos oración, recemos el Rosario. Por eso es decisivo lo que hacemos el resto del día, cuando trabajamos, comemos, dormimos, con la familia, los amigos…ahí es cuando se decide nuestro partido hacia el campeonato de los creyentes del cielo, la copa de la felicidad.
Un futbolista, aunque solo tenga solo 3 minutos, sus movimientos, sus desplazamientos los hace en función del balón. Aunque no lo tenga.
Lo mismo nosotros, aunque no estemos orando, los movimientos en el campo de la vida, comportamientos, decisiones, debemos luchar porque giren en torno al balón de la trascendencia. Que nuestra vida sea reflejo de la manera en qué creemos en quien está en lo alto. Así achicaremos el campo de las vanidades, agrandaremos las áreas de la caridad, iremos directos al palo corto de la parroquia. Y todo esto con la gracia de Dios, porque nos da la gana, porque así lo decidimos: No somos amigos míos, lo que sentimos, ni siquiera lo que consentimos. Somos lo que decidimos. Pidamos ayuda al Entrenador, con E mayúscula, para saber jugar bien durante los 87 minutos…y más allá.