Convocar elecciones anticipadas siempre es un riesgo. Calculado, sí, pero riesgo al fin y al cabo. Cervantes dejó escrito aquello de que “el que no teme, no es valiente”, y algo de eso parece haberse instalado en la decisión de María Guardiola y el PP de adelantar los comicios en Extremadura. Las encuestas les sitúan por delante, con opciones incluso de mejorar sus resultados, pero lejos de una mayoría absoluta. No obstante, ninguna ventaja previa garantiza nada en unas elecciones sin precedentes en Extremadura. No en vano varias piezas del tablero pueden alterar el desenlace —para bien o para mal— y es ahí donde la pugna cobra un interés mayor.
La primera incógnita es la participación. Esta vez, las autonómicas no irán acompañadas de las municipales, un factor que históricamente había impulsado la movilización por encima del 70%. Sin esa urna local al lado, la implicación ciudadana podría caer sensiblemente. Los alcaldes —el músculo territorial de cada partido— pierden protagonismo y, en muchos casos, rebajan su implicación en una cita que afecta más a la marca regional que a ellos mismos. Tampoco va a existir el ‘efecto espejo’: ese hábito de muchos votantes de replicar en las autonómicas lo que previamente han decidido para su propio municipio. La consecuencia probable: un electorado más imprevisible y un terreno más resbaladizo para todos.
A esta incertidumbre se suma la crispación política en Madrid. En España, cualquier elección autonómica funciona ya como termómetro nacional, y Extremadura no será la excepción. Los líderes estatales desfilarán por la región, cada mitin servirá para colocar un marco general y el resultado se leerá en clave estatal. Se medirá la capacidad de movilización del PP, la resistencia del PSOE, el tirón de Vox y el espacio que pueda mantener Unidas por Extremadura, en este caso los partidos situados a la izquierda del PSOE. En buena parte, estos comicios vienen a ser un laboratorio electoral de las próximas generales.
Lo que hasta hace poco era un debate técnico sobre energía nuclear se ha transformado en el eje emocional, económico y simbólico de la campaña
Pero si hay un elemento diferencial que convierte estas elecciones en algo más que una cita autonómica, ese es la central nuclear de Almaraz. Lo que hasta hace poco era un debate técnico sobre energía se ha transformado en el eje emocional, económico y simbólico de la campaña. La reciente votación en el Congreso —donde el PSOE rechazó la enmienda del PP que buscaba eliminar la fecha prevista de cierre— ha actuado como un terremoto político. El PP no ha tardado en presentar ese voto como una “traición” a Extremadura y ha intensificado un relato que mezcla empleo, identidad regional y defensa del futuro económico de la zona.
Para los populares, Almaraz es mucho más que una central nuclear: es un motor económico que sostiene miles de empleos directos e indirectos en el norte de la región, pero, además, es una bandera perfecta para la narrativa de Extremadura frente a las decisiones ideológicas de Madrid. Guardiola y los suyos han encontrado aquí un altavoz con el que reforzar su mensaje de gestión, estabilidad y defensa de los intereses autonómicos.
El PSOE, por su parte, intenta contrarrestar ese discurso insistiendo en que no ha votado “contra Almaraz”, sino contra una propuesta del PP que consideran oportunista y demagógica. Aseguran que la continuidad de la central no está en peligro inmediato y que el debate real es otro: planificar una transición ordenada para la comarca de Campo Arañuelo con alternativas industriales y energéticas realistas, una cuestión que el PP parece obviar como si Almaraz no tuviera fecha de caducidad nunca. Su opinión sobre Almaraz es que el PP mantiene una postura totalmente interesada, con un objetivo meramente electoral, al igual que el propio adelanto de los comicios, convocados solo y exclusivamente para coger al resto de partidos descolocados y a contrapié.
El PP, en cambio, cree haber logrado sincronizar todos los argumentos a su favor: el adelanto electoral, el debate sobre Almaraz, el encaje del discurso nacional y la sensación de atasco institucional en la región, sumado al proceso judicial abierto contra el líder del principal partido de la oposición. Pero nada de esto garantiza a fecha de hoy la victoria contundente que buscan. Las elecciones anticipadas en Extremadura medirán, por primera vez en años, no solo qué partido obtiene más votos, sino qué relato consigue imponerse. Si prevalece la idea de defensa de Almaraz, el PP podría lograr una ventaja determinante. Si el electorado percibe que la región necesita estabilidad y diálogo, el resultado puede estrecharse más de lo previsto. Si la participación cae con fuerza, cualquier pronóstico puede quedar en papel mojado. Y si el PSOE resiste y Vox se alza por encima de lo que prevén las encuestas, la foto final del 21D puede ser de difícil digestión.
Lo que está claro es que, más allá de quién gane, las urnas decidirán con qué fuerza lo hace y qué margen tendrá para formar un gobierno que desbloquee una política regional que, hasta ahora, parecía atrapada en su propio laberinto.